Hoy he estado dando una charla en un colegio público a unos 50 niños de 9-10 años. El tema de hoy fue el lobo ibérico. Además de disfrutar mucho dando charlas a los niños, me ayuda mucho en mi trabajo, ya que los niños son un termómetro muy preciso que mide el grado de conciencia ambiental de nuestra sociedad.
La charla fue de lo más animada pues los niños llevaban varias semanas trabajando con el lobo, y ya sabían muchas cosas, además de tener ganas de conocer muchas más. Hablamos de la biología del lobo, de su alimentación, de su comportamiento, e incluso de fenómenos evolutivos. Yo pienso que los niños no son tontos y que no tienen dificultad en entender conceptos complicados si se les explica con palabras sencillas.
Por supuesto, uno de los temas estrella fueron los problemas que tiene el lobo y su conservación. Hablamos de las dificultades que tienen algunos ganaderos con los lobos, la forma de evitarlos, el problema del veneno, hablamos de lazos e incluso de cepos. Por supuesto, dedicamos un buen rato a hablar de cómo podemos/debemos dar soluciones a los sectores más críticos con la especie para conseguir conservar a la especie.
Todo iba muy bien hasta que un niño me hizo una, de las cientos de preguntas que me realizaron esta tarde: “¿Por qué queremos proteger al lobo si el lobo es el malo de todos los cuentos?”. Le volví a explicar que el lobo fue un competidor de los seres humanos y que producía bajas en la ganadería. Rápidamente, otro niño hizo una nueva pregunta y cambiamos de tema.
Al terminar la charla, el niño vino a verme, está claro que no le había convencido, y me dijo: “¿Si los hombres ya no necesitamos cazar para comer y si los ganaderos pueden tener mastines, por qué no cambian los cuentos? Es complicado proteger al malo”. Desde luego es la mejor reflexión que he oído en toda la semana, y eso que esta semana me he reunido con gente muy influyente de la administración española para hablar del lobo, el veneno y el control de predadores.
Ciertamente, sería complicado, cambiar el cuento de Charles Perrault para que en vez de un lobo fuese un especulador inmobiliario el que se comiese a caperucita y que en lugar de un cazador, le rescatase un comando de Greenpeace. Tampoco sería sencillo que el motivo de la desdicha de Pedro, de Sergéi Prokófiev, fuese provocada por una pandilla de jóvenes haciendo el bruto en todoterrenos (a los que además les pega bien la trompa) y no un lobo. Pero tal vez, lo que si podamos hacer es contar con una tropa de escritores y cuentacuentos para que inunden el mercado editorial de historias que se aproximen más a los valores que debe defender una sociedad moderna y concienciada. Tal vez, en las ONG falten cuentistas para convencer a los niños de hoy, que serán los que en un futuro muy próximo decidan sobre nuestros campos.
Desde aquí hago un llamamiento a los escritores de este planeta, para que difundan el importante papel ecológico de los lobos y los buitres, así como de la miríada de animales que en el subconsciente popular son malos, vagos, peligrosos, sucios, tercos o dañinos.
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