Los contemporáneos de Paul Ehrlich se mofaron de él cuando, a finales del siglo XIX, anunció que estaba buscando una bala mágica para acabar con los microbios. Se reían de él llamándole Doctor Phantasus. Unos años más tarde, ante la sorpresa de sus colegas, logró una “bala mágica” que “mataba” la sífilis. Paul Ehrlich acababa de desarrollar una forma, desconocida hasta el momento, de luchar contra los microbios.
Luchar por conservar la naturaleza debe ser la búsqueda incansable de balas mágicas. No vale con encontrar una, ya que ante el hallazgo de una que solventa un problema, el “lado oscuro” inventa una forma de rodear esta solución. Las leyes son normas generalmente buenas, hechas por unas pocas personas voluntariosas e, incumplidas por numerosos y poderosos seres sin escrúpulos. Cuando, con ojos críticos, analizamos una nueva normativa solemos contemplar todas las situaciones existentes con el objeto de darle una adecuada respuesta, pero ingenuos de nosotros, no solemos prevenir los nuevos movimientos de aquellos que no están interesados en que se cumplan los objetivos de la norma.
Dado que desde las asociaciones conservacionistas no podemos contar con armas mágicas forjadas por Brontes, Estéropes y Arges, tenemos que ser originales y buscar siempre una nueva forma de abordar los problemas. No debemos encasillarnos en recetas ya existentes y que de sobra conocen los que se enriquecen a costa del patrimonio natural. Debemos seguir creando, día a día, balas mágicas.
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